La educación de un hijo es un tema complejo para el que el padre no ha sido entrenado y recibe múltiples influencias y recomendaciones sobre cómo ejercer. Algunas son muy valiosas, otras las va descubriendo por sí mismo y otras pueden llevar a confusiones y a dificultar seriamente la tarea.

En la actualidad hay corrientes muy influyentes que opinan que evitar el sufrimiento y la frustración del niño es uno de los pilares fundamentales para “ser buen padre”; sin embargo, esto puede llevar a equívocos y pasar fácilmente a ejercer la “sobreprotección”.

En casos extremos, la sobreprotección podría considerarse una nueva forma de maltrato, pues, si bien no es mal intencionada, priva al niño de su evolución y aprendizaje natural, mermando sus capacidades y haciéndolo incompetente a nivel emocional.

Cuando protegemos en exceso a un niño, no le dejamos enfrentar las consecuencias naturales de su acción pues o las evitamos o disminuimos, y por tanto, no va adquiriendo la comprensión de cómo funciona el mundo y su tolerancia a la frustración no se desarrolla.

No es extraño encontrar en la clínica casos de padres que me dicen que no entienden porque su hijo adolescente está tan agresivo con ellos cuando “se lo han dado todo”. En realidad ese es el problema. Cuando una persona no aprende a obtener las cosas por sí mismo, se cree con derecho a exigirlo e impone que se lo den todo tal cual lo necesita, y cuando eso no es así descarga su frustración con gran agresividad contra la persona que no se lo proporciona porque es intolerable para él.

Otra de las consecuencias habituales de esta sobreprotección, especialmente cuando se junta con el trato al hijo como a un igual y se le informa de asuntos adultos o está en medio de conflictos familiares, es el miedo. El niño no experimenta la sensación de seguridad que da que unos padres sean capaces de resolver sus conflictos por si mismos y aprenden, a través de las actitudes de sobreprotección, que el mundo es un lugar peligroso en el que cualquier cosa puede ocurrir en cualquier momento y no hay nadie que te proteja de ello, y por tanto uno mismo tampoco podrá hacerlo.

Sin darse cuenta, los padres sobreprotectores transmiten a su hijo un sentimiento de incompetencia de forma inconsciente, por el cuál sienten que son incapaces o poco válidos.

Algunos niños desarrollan así, conductas de dependencia del cuidador, lo cual repercute gravemente en el desarrollo de la autoestima (para la que se necesitan habilidades de autonomía y autocompetencia) y también en el desarrollo de relaciones sociales normales.

Así pues, es importante no confundir protección con sobreprotección. La protección a menudo se rige por normas y límites claros y coherentes, que tienen una consecuencia para el niño si no se cumple y aunque estas normas no le gusten, le ayudan a crecer y desarrollarse en una sociedad de la que forma parte y en la que hay normas que pueden no gustarnos.

En la sobreprotección prima el bienestar del niño a corto plazo, evitándole incomodidades y frustraciones “no quieres hacer algo?, no lo hagas” aunque eso quizá conlleve a la larga más sufrimiento por no poder adaptarse a una sociedad que no es complaciente.

Eva España Chamorro
Psicóloga Clínica Colegiada 22304